jueves, 7 de julio de 2016

Residencia Escénica de Verano “Stop Making Sense” dirigida por Silvio Lang, Juan Coulasso, Carmen Baliero y Matthieu Perpoint Febrero y Marzo, 2016 Espacio Roseti

– STOP MeKING SENSE –
¿Qué dijo? – Adentro/afuera
Sesión 22 de febrero de 2016

Reseñas escritas por Manuel Ignacio Moyano 
Ph: Nahuel Vec

I. Todo lenguaje es una máquina cuya función primordial se mide en el habla. Se habla, y eso es un hecho, pero ¿cómo se habla? Se habla precisamente como si se supiera hablar y como si se supiera escuchar. Pero una vez que la máquina se detiene, se empiezan a ver sus componentes que pasan casi desapercibidos: tono, ritmo y posición corporal. Es que la voz ya no se presenta tan natural sino como un artificio, un producto de la máquina lingüística. Porque en definitiva la voz es un sonido y como tal, es parte de la naturaleza y al mismo tiempo no lo es. Si cada movimiento del cuerpo, sea de las manos o de las cejas, cambia el sonido de la voz, ella no existe sino en cada uno de esos movimientos, en su composición general. Si incluso la forma en que se mira cambia lo que es proferido por la voz, ella depende enteramente de los modos de su construcción. Por lo tanto, para escuchar la voz hay que mirarla, incluso tocarla. Pero, entonces, ¿dónde está la voz? Otra nueva paradoja: está adentro y afuera, en el interior y en la superficie, en los pulmones y en la piel.



Este breve racconto quiere avisar algo fundamental. Avisar que la voz no es una conciencia interior, “la voz de la conciencia”, sino una producción material físico-sensorial. Que ella es un acto corporal que supone una cierta disposición, esto es, una cierta posición. Por lo tanto, hablar es tomar posición, es encontrarse en y definirse por las coordenadas espacio-temporales que definen el afuera de cualquier singularidad. Pero entonces lo que habla es el cuerpo singular en contacto con todos los otros “cuerpos” que lo rodean, sean hombres, animales, objetos inanimados; como también olores, temperaturas, colores. La voz es física pura. Cuerpos puestos en tensión unos con otros en un sistema de fuerzas global. Escuchar voces, por lo tanto, es simplemente escuchar el choque, la explosión entre de los cuerpos y sus fuerzas y esa explosión es precisamente el motor de la máquina lingüística. PA-PA-IA-IA/PA-PA-IA-IA. Pero, entonces, ¿quién habla? “Qué importa quién hable, alguien ha dicho qué importa quién hable.” (Samuel Beckett, Textos para nada)

II. Los cuerpos, en sus movimientos, en las diferencias que cada movimiento busca a través de sus repeticiones y alteraciones, suelen cargarse de adentro para afuera y así extenuarse. Es que parecieran no recargarse. Y para ello, para poder recomenzar todo movimiento es necesaria la pausa, la detención que toma conciencia de las líneas de fuga como de las de acceso de todo cuerpo. Las manos, la mirada no solo proyectan sino que también son momentos de introyección por donde el mundo entra en los cuerpos. Como una respiración que exhala para volver a inhalar, y así. En ese balancín entre el adentro y el afuera se construye el pulso del cuerpo, su ritmo, su animación. Respiración proviene del latín “spiritus”, espíritu y del griego latinizado “anima”, lo que precisamente anima y pone en movimiento al viento. El cuerpo respira por todas partes, se dilata y contrae en una coreografía infinita que ha de ser sentida, vivida.
“Sos una manzana y tenés un gusano adentro que sale y vuelve a entrar.”




Se trata de una práctica de atravesamiento en la que se tejen amplitudes y direcciones de cada parte del cuerpo, de cada una de las intensidades que las unen entre sí. El cuerpo no es un organismo cerrado, es una contraseña para entrar y salir hacia lo diverso, una contraseña para producirlo. Se pueden volver extensos, proyectivos, abarcadores como también intensos, profundos, internos cada vez más internos. Es que nunca se puede llegar al fondo del cuerpo (esa es la desgracia que conoció Sade). Él está todo desfondado, y solo se puede seguir desfondándolo o escapando de ese vacío, calibrando las amplitudes y las direcciones con que se llega o escapa de ahí, a través de pausas certeras y registros concretos de esa travesía. Y en relación a esto, hay que decir que se llega a él tocándolo, pero allí también se convierte en lo más extraño y desconocido. Entonces es en el contacto donde se define un cuerpo. Porque si un cuerpo puede tocarse a sí mismo, ello se debe a que él nunca está en sí, siempre está fuera de sí, en el medio que lo rige, y queriendo tocarse a sí mismo, se produce. No se tiene un cuerpo, se produce. Como la respiración, segundo tras segundo sin tregua ni misericordia, se produce a sí misma. Y para manejar y organizar esa producción, hay que conocer y producir su tempo, su ritmo. Un, deux, trois… Pausa.

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